March 23, 2025

Viviendo la vida eterna

Preacher: Rvdo. Carlos M. Cruz Moya Series: Sermones 2025 Verse: Luke 10:25–37

Viviendo la vida eterna

Rvdo. Carlos M. Cruz Moya [31:20]
2025-03-23   El buen Samaritano 

El interrogatorio malintencionado del Intérprete de la ley. Cuando Jesús nos salva, nos asegura para vivir. Él no nos deja solo en el camino a ver si a través de nuestras obras nos podemos salvaguardar del diablo. Jesús está a nuestro lado y nos da la vida y nos cuida.

[0:00] Lucas 10:25-37, lectura de nuestra liturgia para hoy, tercer domingo de cuaresma.

 

Sabe, hermano, las malas intenciones se esconden en diferentes formas, pero una de ellas es hacer preguntas inapropiadas, porque detrás no hay una intención noble, loable, sino una intención o para herir, ¿verdad?, o para poner en ridículo a alguien. Muchas veces hay gente que se lo busca, principalmente los políticos, ¿verdad?, que dicen una cosa un día y después dicen otra cosa y cuando se lo comparan la gente queda mal.

 

Yo vi una entrevista a ese muchacho que iba a traer la luz al mundo, Hugo Chávez, y me acuerdo esa primera entrevista que le hizo el periodista de Univisión, que ahora se me escapa el nombre, y en toda la entrevista pues el periodista trata de sacarle, ¿verdad?, cuáles eran sus verdaderas intenciones si llegaba al poder. Todavía no estaba en el poder, ¿verdad?, y al final de la entrevista, Hugo Chávez dice que el pueblo de Venezuela debe confiar en él, que él no era el diablo, era el diablo, pero no era el diablo, debió decir, no, no soy el diablo, soy el anticristo, pero, y que pues confiaran en él, que él era un demócrata, que todas esos discursos de la izquierda para tratar de llegar al poder. Años después que estaba en el poder, el mismo periodista lo entrevista, y esa ecuanimidad y esa proyección de hombre de Estado que él dio en aquella primera entrevista desapareció. Ahora tenemos un hombre virulento, un hombre con sed de venganza, un hombre insultante, un hombre totalmente transformado.

En el caso de Jesús, regularmente el fariseísmo venía con preguntas cargadas, porque como le he dicho muchas veces a ustedes, el fariseísmo odiaba a Jesús, y yo no sé si usted entiende esa palabra de odiar, porque yo sé que usted ha estado molesto con personas, usted ha tenido mucho coraje con personas, pero cuando hablamos de odiar, hablamos de un sentimiento altamente peligroso. El odio es la cuna y el caldo para el asesinato. El odio profundo, el odio demencial, el odio que nos carcome, que por cierto nos hace más daño que el que odiamos, es el que lleva a muchos a planear asesinato, a tejer una telaraña en la cual él piensa o ella piensa que no va a caer.

 

Puede haber muchas razones para ese odio, las cuales no vamos a enumerar aquí, pero en el caso de Jesús es que su discurso, su vida y sus obras ponían en ridículo totalmente el fariseísmo, porque el fariseísmo quería quedar en ridículo. Y usted dirá, ¿por qué? Porque el fariseísmo podía rendirse ante Jesús y enseñarle al pueblo, este es el Mesías.

 

[4:25] El fariseísmo podía no hacerle caso, pero había un problema ahí. Al principio, el fariseísmo no le hizo mucho caso a Jesús, pero cuando las multitudes empezaron a crecer, el fariseísmo se preocupó. Se preocupó de su posición, se preocupó de lo que enseñaba porque estaba siendo refutado, se preocupó en su orgullo, en su maldito orgullo que tanto daño hace. Y entonces empezó a crecer el odio y empezaron a crecer los planes de asesinato.

 

Las preguntas que le hacen a Jesús en este relato son preguntas cargadas y Lucas las identifica así, el doctor Lucas. Frente a esas preguntas, Jesús vuelve a tocar la llaga del orgullo y de la mentalidad criminal del fariseísmo. Y al tocar esa llaga, el fariseísmo nuevamente quedaba descubierto.

 

[5:42]   Oramos, Dios bueno, tú que eres tan bueno y nosotros tan malos, perdónanos. Perdónanos porque te hemos sido infiel, pero tú permaneces fiel. Escóndenos bajo la sombra de la cruz y que tu nombre sea proclamado. Llega el corazón de los tuyos por el poder del Espíritu Santo y redargúye, convierte, sana y que solamente tu nombre reine en medio de tu pueblo para tu gloria y honra. Por Cristo Jesús. Amén.

 

[6:31] El versículo 25 dice aquí un intérprete de la ley que se levantó y dijo para aprobarle, maestro, haciendo que cosas heredaré la vida eterna. Cuando habla de un intérprete de la ley, otras traducciones dicen un experto en la ley, en una persona preparada, en la Torah, en los ancianos y sus opiniones. Por lo tanto, la pregunta, como muy bien dice Lucas, era aprobar a Jesús, era buscar la forma de enredarlo, de hacerlo caer en una contestación.

 

[7:26] Porque usted pregunta en dos formas. Hay preguntas retóricas. Cuando yo daba clase a nivel universitario, yo hacía preguntas retóricas, preguntas que yo sabía, la contestación. Pero eran preguntas retóricas para que el estudiante pensara y entremos en un diálogo socrático. Y hay otras preguntas que usted no sabe. Y hace una pregunta legítima. Porque usted quiere aprender.

 

[7:58] ¿Sabe, hermano? El problema de esta pregunta es que no era retórica. El maestro de la ley no le interesaba entrar en un diálogo socrático con Jesús. El maestro de la ley odiaba a Jesús. ¿Me entendió? Odiaba profundamente al maestro. Y por lo tanto, su pregunta no era ni para aprender, porque era un maestro de la ley, un experto en la ley y tampoco era retórica, porque no le interesaba entrar en ningún diálogo. Solamente quiere atrapar a Jesús. Entonces, la pregunta también es tonta para un maestro de la ley. Haciendo qué cosas le daré la vida eterna. Él sabe. Él sabe muy bien.

 

[9:01] Por eso Jesús, con esa ecuanimidad y ese nivel psicológico perfecto, es que, para ser sincero, yo me pongo en el lugar de Jesús. Entonces, y si la persona me pregunta a mí, yo lo miro y le digo, ¿en serio tú estás haciendo esa pregunta? Es en serio. Pero yo soy un pecador.No tengo paciencia. Jesús no. Jesús venía a enseñarle a Él quería ridiculizar al maestro y el maestro decide enseñarle. ¡Qué paciencia, hermano! ¡Qué admirable! ¡Qué increíble!

 

[9:50] Y Él le dice, en el versículo 26, Él le dijo, ¿qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? ¿Sabes lo que le estás diciendo? Bueno, tú eres el experto de la ley. ¿Qué dice? Jesús le devuelve con una pregunta.

 

Escuchen bien. ¿Usted ha oído por ahí un refrán que una pregunta no se contesta con otra pregunta? Eso es embuste. Eso no es verdad, hermano. ¿Usted sabe quién dice esas cosas? El que quiera atrapar al otro. Eso no es verdad. En los diálogos socráticos se hacen preguntas entre preguntas para llegar a la verdad. Buscar la verdad.

 

Por eso Jesús le contesta con una pregunta y le contesta en el plano que Él pertenece, ¿oyó? En el plano de la ley. Entonces Él contesta. Aquí Él respondiendo dijo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo. Y Jesús le dice, bien has respondido, haz esto y vivirás. Entonces ahí debe terminar el diálogo. Porque en última instancia, si usted está atento al diálogo, Jesús le está dando la razón a Él. Le viró la pregunta y satisfizo ¿su qué? Su orgullo. Bien has dicho. Pero como la intención no es aprender, la intención es de pura maldad y odio, continúa el diálogo.

 

¿Sabe algo hermano? Es muy importante un peso teológico en ese primer diálogo, en esta perícopa. Y es importante que usted sepa que la contestación del fariseo es correcta. Para ser salvo hay que cumplir la ley perfectamente. Y Jesús le dijo, haz esto y vivirás. Solamente un pequeño problemita. Nadie lo puede cumplir. Pero como Él quería, ¿verdad? ¿Qué dice el principio? ¿Para qué? Para probarle, pues Él satisface su aparente curiosidad. ¿Pero qué pasa? Al no poder atraparlo, empieza otra pregunta.

 

[12:50] Pero Él queriendo, versículo 29, pero Él queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús, ¿y quién es mi prójimo? Interesante pregunta. Porque el fariseísmo y los ancianos habían reducido los prójimos, ¿oyó? Y había comentarios en la Torá que decía que el prójimo era el israelita. Lo reducían. O aquellos que estaban cercanos a Israel. No todo el mundo es mi prójimo, sino lo que digan los ancianos. Pero prácticamente se había reducido a los israelitas. Él es mi prójimo. ¿Y usted sabe algo? El fariseo está esperando que Jesús diga, todo el mundo es mi prójimo. Para decirle, no, pero... Y ahí empezar la discusión. Es que es admirable esto, ¿oyó, hermano? El problema del fariseo es que Jesús lo sabía. Y ahí tiene tremendo problema.

 

[14:00] ¿Usted sabe algo, hermano? Yo cuando me criaba como adolescente, en la calle nos dio fiebre a todos de jugar ajedrez. Jugar ajedrez. Y yo empecé a leer libros de ajedrez, y a jugar. Yo era un adolescente, 13, 14 años, y me hice campeón en la calle. Porque leía libros que no hacían los otros. Pero había otros que leía más que yo. Pero por largo. Y yo empecé a aprender jugadas, mates de cuatro jugadas, y todas esas cosas, ¿verdad? Pero el ajedrez, la gran ciencia del ajedrez, es que usted anticipe, con su jugada, usted anticipe a su enemigo. Y eso al principio, en las reglas que yo me leí, que eran cuadra, has esto y vivirás, ¿verdad? Me salía. Pero yo no era el único que leía. Y había un vecino, que después se hizo abogado, que empezó a leer, y empezó a leer de esos campeones, principalmente rusos, y toda esa gente. Y cuando empezó a leer, yo pasé a la historia. Pasé a la historia con tantas mates que hizo conmigo que yo me retiré del ajedrez. No quise saber más del ajedrez. Porque él anticipaba. Yo decía, ¿cómo este hombre anticipa lo que yo voy a hacer?

 

[15:46] Ese era el problema que tenía el fariseo. Jesús sabía por dónde venía. Su odio, su ceguera, su estupidez, ya estaba anticipada. Pero el maestro, con esa paciencia tremenda, le pregunta, ¿quién es mi prójimo? Y él creía que iba a entrar en una discusión de ancianos. No, los ancianos dicen esto, que esto no vende. Y eso le da una parábola. Y lo embelesa.

 

¿Usted sabe jugar al ajedrez? Al contrario, usted lo embelesa. Y le hace creer que usted va a hacer esta movida, pero esa no es. Y ahí es que usted cae, como hacía mi vecino. Que Dios lo bendiga donde quiera que esté. No le cogí odio, pero me sacó del ajedrez. Bueno, aquí, hermanos, tengo que jugar muy buen ajedrez. Me han invitado. Pastor, no, olvídate de eso. Porque me va a dar una ira si tú me anticipas una jugada. Qué mejor. Olvídate de eso. Bueno, fue frustrante, sinceramente.

 

Oiga, y cuando él le hace la pregunta, mire cómo contesta el maestro, nuestro rey. Respondió Dios Jesús, dijo, un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, de los cuales le despojaron, hiriéndole, se fueron dejándole medio muerto. Entonces, empieza con una historia trágica. A mí me gustan mucho las películas de detectives y asesinatos y cómo descubren al asesino.

 

Pero lo que me ata de la película, porque al principio yo la empiezo a ver y me aburro si el detective no es muy brillante. Pero si el detective es como Columbo, ¿se acuerdan de mi generación, Columbo? O Monk, o el mentalista, pues eso me ata.

 

[17:57] Y Jesús busca, brillante, que el fariseo quede atento a la parábola. Y comienza con una tragedia. Porque entonces la gente pregunta, ¿y hasta dónde llegó esto entonces? Es interesante porque el griego dice, el hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Eran, hermanos, eran decenas de kilómetros, empinados, en un camino de montañas y cuevas donde se podían esconder los ladrones. Y el griego dice que eran varios, porque dice el griego que los rodearon. Vea la escena, hermano. Jesús estaba rodeando a este hombre y él no se daba cuenta. Oiga, y lo despojaron, le dieron duro, el griego enfatiza que le dieron una, como diríamos en Puerto Rico, una pela. Y lo dieron muerto. ¿Va para ellos? Prácticamente muerto.Y ahora viene la confrontación. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y viéndole pasó de largo. Un sacerdote que posiblemente venía de hacer los sacrificios. Un sacerdote que se supone que viera en él su prójimo. Un sacerdote que se supone que aprendiera de la ley que tenía que ayudar a este hombre. Pero tenía prisa. No le importó. Siguió de largo.

 

[19:55] El versículo 32 dice, asimismo un levita llegando cerca de aquel lugar y viéndole pasó de largo. Entonces, no solamente el sacerdote, sino aquellos que ayudan al sacerdocio. Aquellos que están en el templo. Aquellos que ayudan en los sacrificios. O sea, eran gente, lo que Jesús está diciendo, eran gente que conocían la ley. La ley que tú citaste, camaradas, a Dios sobre todas las cosas, ellos conocen la ley y siguieron de largo. Como usted y yo conocemos la ley y no podemos seguir de largo. Esa ley que tú dices que guardas, esa ley que se supone que conozca, le dice el maestro, en estos dos no fue cumplida. Pero entonces ahora viene un golpe duro, pero duro. Pero un samaritano que iba de camino vino de cerca de él y viéndole fue movido a misericordia.  ¿Y por qué duro? Un samaritano. ¿Se acuerda que hablamos de odio? Los judíos odiaban a los samaritanos. Literalmente. Se herían entre ellos, se mataban. Piense ahora en Gaza e Israel. Así se odiaban. Así. El judío no podía tomar ni del mismo vaso del samaritano. Era impuro. No podía ver en un samaritano. Si se acercaba a uno, el judío tenía que gritar, ¡samaritano, samaritano! Como gritaba como los leprosos. ¡Leproso, leproso! También los samaritanos. Y Jesús, toma. Es que me tengo que reír porque eso debe haber sido la escena. Yo me imagino al hombre oyendo, pero un samaritano, ya como oyó la palabra samaritano, se debe haber revolcado por dentro y el rostro, como me pasó con el vecino que aprendió más que yo.  Pero no puede detener al maestro. ¿Sabe por qué no lo puede detener? Porque él pidió contestación. Él quería justificarse. Él quería una contestación. Ahora tienes que oírla.

 

Oiga, y acercándose vendó sus heridas, echándoles aceite y vino, y poniéndole en su cabalgadura lo llevó al mesón y cuidó de él.  Y mira qué interesante. Usa vino, porque tiene alcohol antiséptico. Usa aceite como una pomada. Se detiene y lo cura allí mismo. Y oye si usted entiende, hermano, allí que todavía hay ladrones cerca, allí donde están los enemigos de la vida, porque Jesús es nuestro samaritano. Y aún en medio de ladrones, aún en medio de asesinos, allí Jesús nos cura. A pesar de nuestras heridas, a pesar de nuestro pecado, allí Jesús nos sana. Oiga, y le da esos primeros auxilios, que por cierto, déjeme decirle algo, ¿verdad? Un detallito. Los sacerdotes en Israel servían también como médicos. Por eso es que cuando el leproso creía que estaba limpio, tenía que ir a los sacerdotes para que ellos certificaran. Ellos miraban las manchas y todo, y lo declaraban limpio. Servían así, vamos a decir, como enfermeros, como médicos enfermeros. Y el sacerdote que siguió de largo posiblemente tenía mejor conocimiento que este samaritano, pero no le importó. Pero aún más, no solamente lo cura, sino que el hombre está medio muerto, no puede caminar, posiblemente expresándose con dolor, y él decide bajarse de su cabalgadura y entregarse a ese hombre. ¡Qué increíble! Pero aún más, lo lleva al mesón y lo cuida. Mira, él pudo haber dicho, mira, te dejo ese hombre ahí, mira a ver lo que puede hacer, te doy este dinerito, yo me voy, tengo... No, no, no, él lo cuidó. Él se aseguró, él se aseguró que este hombre estuviera listo para vivir.

 

[25:08] Por eso cuando Jesús nos salva, nos asegura para vivir. Él no nos deja solo en el camino a ver si a través de nuestras obras nos podemos salvaguardar del diablo. Jesús está a nuestro lado y nos da la vida y nos cuida. ¿Sabes? Yo he leído comentaristas que dicen que no es muy correcto identificar al buen samaritano con Cristo. Si usted supiera lo que me importa lo que dicen esos comentaristas. ¡Qué increíble saber que nuestro maestro es el buen samaritano!

 

Oiga, y estando allí en el mesón, llega otro día, dice, y otro día al partir sacó dos denarios. Dos denarios. Un denario es el pago de un día de trabajo en ese tiempo. Sacó dos denarios y le dio al mesonero y le dijo, cuídamele y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regreses.

 

Si ese no es Jesús, yo no sé quién va a pagar por mí. Yo prefiero que ese sea Jesús. Y dos denarios daba para varios días, ¿oyó? Y si él tardaba en sus negocios, tranquilo, que yo regreso y voy a pagar.

 

[26:54] Oiga, no hemos olvidado el fariseo. El fariseo está embelezado, oyendo, y ya está en la trampa redondito. Lo que hay que es cerrar la trampa. Y cuando termina la parábola, yo imagino al maestro mirándolo a los ojos. Tú imagínese a Jesús mirándolo a los ojos. ¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Escucha, hermano. Jesús lo mira a los ojos. Yo insisto que lo mira a los ojos. ¿Sabe por qué? Porque nosotros los pecadores, usted y yo, muchas veces quitamos la vista. Hablamos unas cosas y quitamos la vista, porque posiblemente, perdona que te diga esto, pero aquí está Jesús, el que habla así de cara a cara. Jesús no tiene que avergonzarse de nada. Y lo mira a los ojos y le hace la pregunta. Y el problema es que tú preguntaste, ahora contesta. Es la confrontación del maestro a la maldad y al odio para que sea descubierto ante todos aquellos que estaban allí presentes. Para que vieran ese corazón destruido por el odio y el pecado que era ese fariseo. Para que vieran sus preguntas cargadas y de maldad. Jesús lo descubre. Pero mire, tranquilo, con una sonrisa. Yo me imagino, ¿quién tú crees que hizo misericordia? Él dijo, el que usó de misericordia con él. Mira qué interesante, ¿por qué no dijo el samaritano? Ningún problema, era el samaritano, ¿no? Ni el nombre podían pronunciar. Le daba el que hizo misericordia con él.

 

Y yo me imagino como la jugada de ajedrez, ¿verdad? Cuando mi compañero anticipaba mi tiro, mi jugada. Y yo hacía y movía el caballo en él. Y yo veo a mi compañero sonriendo. Caíste.

 

Y yo imagino al maestro cuando él le contestó con una sonrisa. Entonces Jesús le dijo, ve y haz tú lo mismo. ¿Haz lo mismo que hizo quién? El samaritano, aquel que tanto tú odias. Aquel que odias igual que me odias a mí. Imítalo. ¿Tú qué crees que te puede justificar, como dice Lucas, que se quería justificar y cumplir la ley? ¡Cumple la ley! Vamos a ver si cumples la ley.  Porque el cumplimiento de la ley, hermano, no es gravoso, es en amor. Y cuando nosotros nos regocijamos de cumplir la ley de Dios para agradar su nombre y glorificar su nombre, hermano, lo hacemos en amor y en vida. Porque hemos recibido la vida eterna del buen samaritano.

 

Oiga, hermano, ahí terminó el diálogo. Yo me imagino al maestro diciendo, ve y haz tú lo mismo. Y dando la vuelta. Bye. Oh, Señor, que el Señor me enseñe a mí a hacer lo mismo. Que el Señor nos enseñe a nosotros a hacer lo mismo. Que el Señor nos enseñe no a hablar de la vida eterna. A vivir, a vivir la vida eterna. Amén.

 

[30:58] Gracias te damos, Señor. Y te pedimos en esta hora, en el nombre de Jesús, que esta palabra quede incrustada en nuestra vida y en nuestro corazón. Por Cristo Jesús oramos.Amén. Amén.

 

Estamos en silencio, hermano. Estamos en comunión y en meditación.  [31:20]

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